¿Qué es el juego en las psitácidas desde una perspectiva etológica?
La etología, que estudia el comportamiento animal, define el juego como un conjunto de actividades voluntarias, espontáneas y placenteras que no tienen un propósito inmediato de supervivencia (como comer o reproducirse), pero que aportan beneficios a largo plazo. En las psitácidas, el juego incluye acciones como:

El juego en estas aves es más común que en otros grupos de aves debido a su sistema nervioso altamente desarrollado y su capacidad cognitiva, que rivaliza con la de mamíferos como primates o cetáceos. Aunque el juego es más frecuente en crías, los loros adultos también juegan mucho, lo que los hace únicos incluso entre otros animales juguetones.

¿Por qué juegan tanto?
Los loros y cotorras juegan tanto porque el juego cumple varias funciones clave en su desarrollo, bienestar y supervivencia. Aquí van las razones principales, respaldadas por estudios etológicos:
Desarrollo cognitivo y aprendizaje:
Las psitácidas tienen cerebros grandes en relación con su tamaño corporal, lo que les permite resolver problemas, imitar sonidos y aprender comportamientos complejos. El juego es una forma de «entrenar» estas habilidades.
Al manipular objetos o realizar acrobacias, exploran su entorno, prueban límites físicos y desarrollan coordinación. Por ejemplo, un loro que desarma un juguete de madera está practicando habilidades que en la naturaleza usaría para buscar comida en cortezas o abrir frutos secos.
Ejemplo curioso: Se ha observado que los keas (Nestor notabilis), un tipo de loro neozelandés, juegan con objetos como palos o piedras, a veces «inventando» juegos al combinar movimientos nuevos, lo que sugiere creatividad y curiosidad.
Preparación para la vida adulta:
Los juegos sociales, como perseguirse o imitar vocalizaciones, ayudan a establecer jerarquías y vínculos dentro de sus bandadas, esenciales para especies tan sociales como los loros.
En la naturaleza, las crías de psitácidas juegan para practicar habilidades que necesitarán de adultas, como volar con precisión, manipular alimentos o interactuar socialmente. Aunque no siempre mejora directamente su «éxito» (como en el caso de los suricatos, donde el juego no aumenta habilidades específicas), el juego fortalece su adaptabilidad.

Bienestar físico y mental:
El juego es crucial para la salud emocional de las psitácidas. Estas aves son propensas al estrés y al aburrimiento, especialmente en cautividad, donde no tienen los estímulos de la selva. Jugar libera endorfinas, reduce el cortisol y previene comportamientos destructivos como arrancarse las plumas.
En la naturaleza, actividades lúdicas como deslizarse por ramas o jugar con flores (como hacen algunos guacamayos) mantienen su agilidad y estado de ánimo.
Ejemplo curioso: Los cacatúas a veces «bailan» al ritmo de música o hacen piruetas con objetos, lo que no solo las entretiene, sino que refuerza su vínculo con humanos u otros loros.
Socialización y vínculos emocionales:
Las psitácidas son animales muy sociales que viven en bandadas. El juego social (como «pelear» sin agresividad o compartir objetos) fortalece los lazos entre individuos y con sus cuidadores humanos.
Las interacciones lúdicas entre madre y cría, como cosquillas o vocalizaciones, son esenciales para el desarrollo emocional de los polluelos, similar a lo observado en chimpancés.
Ejemplo curioso: Los agapornis (loros del amor) a menudo juegan en pareja, pasándose objetos o persiguiéndose, lo que refuerza su monogamia y cooperación.
Placer intrínseco y creatividad:
Aunque no está del todo claro, muchos etólogos creen que los loros juegan simplemente porque es divertido. La liberación de endorfinas durante el juego crea una sensación de bienestar, similar a lo que experimentamos los humanos.
Su creatividad los lleva a inventar juegos, como los keas que se deslizan por techos nevados o los guacamayos que «juegan» con frutas flotantes en ríos. Esto sugiere que el juego es una forma de expresión y exploración de su inteligencia.

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